Un niño entre los plagiarios de Ahuixotla (Año 1872)
Un francés, de nombre Luis Bassot, regresaba del pueblo de Santa Fe la tarde del 23 de junio, como a las ocho y media de la noche. Salía de la casa de su socio, Vicente Vázquez, junto con su mozo y se aprestaba a caminar con rumbo del molino del mismo pueblo, donde habitaba cuando fueron sorprendidos por algunos hombres disfrazados y armados hasta los dientes, los cuales lo sujetaron de los brazos y le cubrieron la boca, mientras golpeaban a Vázquez y lo sujetaban también.
Fueron arrastrados hasta el camino donde habían dejado sus caballos y lo obligaron a montar uno de ellos, al tiempo que el mozo era amarrado en un árbol.
Luego de caminar durante más de dos horas en la total oscuridad, los bandidos hicieron bajar del caballo a su víctima y comenzaron a caminar a pie, haciéndolo subir algunas cercas de piedra, hasta llegar a una casa, donde fue colocado debajo de un cuero de toro tendido entre dos palos, lugar donde se pone el pulque.
En ese lugar se acercó un niño que le señaló, mientras pasaba la mano por el cuero, que estaba gordo porque comía bien, que había de ser rico y que si les daba cien mil pesos lo pondrían en libertad.
Encerrado debajo del cuero de pulque, a través de un agujero que tenía la piel, Bassot logró mirar el rostro de uno de sus plagiarios. Durante dos días estuvo sin comer ni beber agua. Su desesperación llegó a tal extremo que bebió sus orines.
Lo sacaron una noche, le hicieron montar a caballo dando muchas vueltas, haciéndole creer que estaban cerca de Toluca.
En ese sitio fue enterrado en una fosa hecha en el suelo donde había agua y humedad en exceso. Fue acostado bajo unos tejamaniles donde sufrió diversas picaduras de hormigas y otros insectos. Allí comenzaron a darle un poco de comida, una vez al día y en pequeñas cantidades.
La fosa se hallaba cubierta por dos tablas, una fija y otra movible y, sobre estas, había pencas secas de maguey. Enmedio del silencio del lugar, pudo comprender que se encontraba en un pueblo pues escuchaba el tañer de campanas, el pito del ferrocarril, el canto de los gallos y las voces de la gente.
Logró escuchar el estampido del cañón que tronó el día que murió Benito Juárez, así como las salvas del 16 de septiembre, pues estuvo encerrado durante más de noventa días.
Cuando sintió que ya no tenía nada que perder, devorado por los insectos, extenuado de hambre y sufriendo constantes martirios y humillaciones, decidió huir una madrugada tras observar que era vigilado solo por las noches.
Salió de su sepultura y con enorme dificultad escaló la pared, rompió el techo de tejamanil y se dejó caer al suelo fuera de la casa; se arrastró por los sembradíos, con gran debilidad y aterido de frío caminó durante un largo trecho, con temor de ser descubierto por sus plagiarios.
En la madrugada encontró a tres viajeros de a pie con quienes, tras vencer la desconfianza mutua, caminó rumbo a México.
Al llegar a la capital la policía intervino y, después de interrogarlo, se dirigió al pueblo de Santiago Ahuixotla, donde encontró la casa en que estuvo secuestrado. Fueron aprehendidos Domingo Calzada, Nazario Romero y el niño Cleofas Jácome; los demás cómplices, huyeron.
Al concluir el juicio, Calzada, Rodríguez y Romero fueron sentenciados a muerte, mientras el niño Cleofas debió pagar una pena de diez años, debido a su corta edad.
Más tarde, el presidente de la república resolvió conmutar la pena de muerte a Rodríguez y a Romero, condenándolos a ocho años de prisión; el niño fue castigado a dos años de presidio. Sólo se ratificó la sentencia a Calzada, quien fue ejecutado junto al lugar donde había estado plagiado Bassot, exponiendo su cadáver en un paraje inmediato.
NOTA: Basado en: Salvador Novo, «Memoria del Gobernador del Distrito Federal», en Un año, hace ciento. La ciudad de México en 1873, México, Porrúa, 1973.
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