Temas nucleares
El uso de las armas atómicas en agosto de 1945 dividió a los militares estadunidenses, a los funcionarios del gobierno del presidente Harry S. Truman y, sobre todo, a los científicos. Albert Einstein manifestó que había sido un error lanzar las bombas en Hiroshima y Nagasaki, y años después confesó que su carta al presidente Franklin D. Roosevelt en 1939 había sido un error, aunque la amenaza de Alemania era real. También dijo que Roosevelt no hubiera utilizado las bombas atómicas contra Japón.
El almirante William D. Leahy, quien fue el jefe del gabinete militar del presidente Roosevelt y luego del presidente Truman, se opuso vigorosamente al uso de las armas atómicas. En sus memorias, publicadas en 1950, escribió que Truman se equivocó, ya que los japoneses ya habían sido derrotados mediante un eficaz bloqueo de sus puertos y una exitosa campaña de bombardeos con armas convencionales. Y observó que al ser Estados Unidos el primero en utilizar las armas atómicas habíamos adoptado un estándar ético común a los bárbaros de la Edad Media
, agregando: No me enseñaron a hacer guerras de esa manera, y que las guerras no se pueden ganar mediante la destrucción de las mujeres y los niños
.
Otros militares estadunidenses compartían la opinión de Leahy. Los generales Dwight David Eisenhower y Douglas MacArthur se manifestaron en contra del uso de las armas atómicas. Ninguno de los dos fue consultado por Truman y ambos estaban convencidos de que a principios de agosto de 1945 Japón estaba a punto de rendirse. Tokio sólo quería que permaneciera el emperador.
En 1953 Eisenhower sucedería a Truman en la presidencia y su actitud hacia el creciente arsenal nuclear estadunidense reveló un astuto manejo político que hoy ha sido documentado y reconocido. De ello hablaremos más adelante.
Cabe recordar que durante la Segunda Guerra Mundial ambos bandos recurrieron a los llamados bombardeos de saturación. Ensayados por la Legión Cóndor de Alemania durante la Guerra Civil Española, fueron utilizados indiscriminadamente en Europa y luego por Estados Unidos en Japón en 1945. Un ejemplo: en la noche del 9 al 10 de marzo de ese año, un intenso bombardeo aéreo con armas incendiarias causó la muerte de 100 mil habitantes de Tokio. Mucho antes de Hiroshima y Nagasaki, Washington ya había recurrido a una estrategia de destrucción de la población civil.
Al igual que los políticos y militares estadunidenses, los científicos que habían trabajado en el Proyecto Manhattan estaban divididos acerca del uso de las armas atómicas. Algunos no objetaron su uso inicial pero luego abrigaron serias dudas, y unos cuantos, incluyendo a J. Robert Oppenheimer, sufrieron una grave crisis de conciencia.
Abrumado por el remordimiento, sobre todo a raíz de la destrucción de Nagasaki, que consideró injustificada por innecesaria, Oppenheimer abandonó Los Álamos en octubre de 1945. Pocos días después visitó a Truman y le dijo que sentía que tenía sangre en sus manos. El presidente se enojó y más tarde comentaría que Oppenheimer era un bebé llorón
y que no quería volver a ver a ese hijo de puta
.
Por esas fechas el gobierno de Truman ya había aceptado que las armas nucleares constituían un instrumento legítimo de guerra. Su producción permitiría reducir las fuerzas armadas convencionales y serviría además para amedrentar a la Unión Soviética (el nuevo rival de Estados Unidos).
A finales de 1945 Truman autorizó un programa para seguir desarrollando la energía nuclear con fines militares e iniciar otro para promover sus usos pacíficos. Se decidió poner ambos bajo una única autoridad civil, la Comisión de Energía Atómica (AEC, por sus siglas en inglés), que inició sus trabajos en 1947.
La AEC tuvo a su cargo desarrollar el minúsculo arsenal nuclear, asegurando su mejoramiento constante: bombas más eficaces y potentes. También se decidió desarrollar nuevos sistemas para transportarlas. Así nació la proliferación vertical de las armas nucleares y sus vectores.
Pero también se vislumbraba la adquisición de las armas nucleares a otros estados, la llamada proliferación horizontal. Ello ocurrió en 1949 cuando la Unión Soviética se convirtió en el segundo país en detonar un artefacto nuclear. Para entonces Estados Unidos tenía un arsenal de 235 bombas. Ahí empezó una desenfrenada carrera entre las dos principales potencias, cuyos arsenales nucleares se emparejarían en unas 25 mil bombas hacia finales de los años 70.
En los años que mediaron entre 1945 y 1949 Estados Unidos tuvo la oportunidad de cambiar el rumbo de la historia de la era nuclear, pero no lo hizo. Inicialmente propuso un sistema para el control internacional de la energía atómica. La idea central de ese sistema, sugerida por Oppenheimer, era la de supervisar todo el proceso para la obtención de material fisionable. Esto fue en los primeros meses de 1946.
En un principio la Unión Soviética estuvo de acuerdo y aceptó discutirla en la recién creada Organización de las Naciones Unidas. De hecho la primera resolución aprobada por la Asamblea General de la ONU fue precisamente sobre los problemas que planteaba la aparición de la energía atómica.
Pero muy pronto surgieron diferencias entre Washington y Moscú. El gabinete de Truman estaba dividido: había un grupo que sabía que el secreto nuclear no podría mantenerse por mucho tiempo, que la energía nuclear debía ponerse bajo un régimen de control y verificación internacionales y que Estados Unidos debería deshacerse de su arsenal nuclear; otro grupo insistía en que Estados Unidos mantuviera y ampliara su arsenal nuclear para así subyugar a la URSS.
Prevaleció la opinión del segundo grupo y la presentación de la propuesta estadunidense en la ONU estuvo a cargo del financiero Bernard Baruch. Éste introdujo ciertos cambios al texto original: el país que violara lo que se acordara sería penalizado con medidas que no podrían ser vetadas en el Consejo de Seguridad; la URSS sería objeto de inspecciones ilimitadas, y Estados Unidos sólo empezaría a desmantelar su arsenal nuclear cuando tuviera la certeza del buen funcionamiento del sistema internacional de control de la energía atómica. Esos cambios aseguraron el fracaso de la propuesta.
Artículo de opinión tomado de: http://www.jornada.unam.mx/2014/03/06/opinion/030a1pol
Autor: Miguel Marín Bosch
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