¡Orden de no tirar!
Salerno, 13 de Septiembre de 1943
La 82 división aerotransportada norteamericana se dispone a lanzar sus efectivos detrás de las líneas del general Clark, en un supremo intento por reforzar sus defensas y detener el ataque alemán. El general Ridgway, en un mensaje dirigido a Clark, le anuncia la decisión y además le dice
«Es de importancia vital que se ordene cesar el fuego esta noche a todas las fuerzas terrestres y navales de su zona y del Golfo de Salerno; un control estricto del fuego antiaéreo es absolutamente esencial para el éxito».
Clark, en cumplimiento del pedido de Ridgway, tras impartir por escrito las órdenes correspondientes, decide reiterar verbalmente la disposición y, reuniendo a un grupo de oficiales de su Estado Mayor, les explica la misión y los envía a recorrer batería por batería, con el fin de comprobar que el fuego será interrumpido a partir de la medianoche, momento fijado para el lanzamiento.
Clark sabía que durante la invasión de Sicilia, los soldados de Ridgwa habían sido blanco del fuego antiaéreo de los artilleros aliados. Muchos hombres habían caído así, muertos por el fuego de sus propios camaradas. Clark sabía que el incidente no debería repetirse. Y todas las medidas que se-tomaran para evitarlo serían pocas.
Al llegar la medianoche, todas las bocas de fuego quedan silenciadas. La orden es terminante. No se debe hacer fuego contra nadie, sea quien fuere. En medio de la oscuridad, en silencio, las dotaciones de los antiaéreos escuchan atentamente los mil rumores que trae la noche. De pronto, inesperadamente, un sordo rugir de motores comienza a acercarse. Son diez, doce, quince aviones que se aproximan, regulando sus- motores. Los vigías, atentos, descubren en seguida una variante en la situación que altera los planes previstos. En efecto, las máquinas que se aproximan no pueden ser las que conducen a los efectivos de la 82 división. El rumor llega, precisamente, del lado opuesto… Son, indudablemente, los alemanes.
La formación germana sobrevuela las playas. Las primeras bombas comienzan a caer. Bengalas de iluminación descienden lentamente, provistas de paracaídas. Trazadoras de colores disparadas contra las baterías señalan los blancos. Y rápidamente se desata un verdadero infierno. Explosiones, repiqueteo de ametralladoras, rugir de motores lanzados a toda gas y ayes de heridos se entremezclan en trágica confusión. Pero las baterías permanecen silenciosas. Los hombres de las dotaciones, ciegamente aferrados a la orden recibida, resisten el deseo incontenible de oprimir los disparadores de sus armas. Y la incursión termina, al fin, cuando las máquinas germanas, sin una pérdida, se alejan del lugar.
Minutos después, rugiendo en lo alto, los motores de los aviones de transporte de la 82 aerotransportada sobrevuelan el lugar. Por escaso margen se ha evitado una verdadera matanza.
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