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Libros para porfiristas | Historias de la Historia

Libros para porfiristas

Ahora que están de moda las versiones románticas y heroicas del porfiriato, su paz para los poderosos y su progreso para unos cuantos, su mano dura contra los pobres y su impunidad para los ricos, su eficacia para mantener fuera de la vida pública a las mayorías; ahora que nuestros gobernantes parecen tomarlo de ejemplo (salvo en sus partes más constructivas), vale recordar algunos trabajos acerca de un año, botón de muestra de aquel régimen ­autoritario.

En 1891 estalló en Chihuahua una rebelión que fue conocida de inmediato porque fue plásticamente contada por Heriberto Frías en el diario El Demócrata. Suele enfatizarse su carácter religioso (popular) o vérsele como una revuelta prepolítica contra el autoritarismo; pero ya hace tiempo, un trabajo coordinado por Jesús Vargas Valdés ( Tomóchic: la revolución adelantada) demostró su carácter agrario y político. Entre los afluentes de la rebelión, destaca la reacción de los pueblos contra el despojo perpetrado en Chihuahua por las compañías deslindadoras. Latifundistas mexicanos y compañías extranjeras entraron en conflicto frontal con los pueblos. Cuando los hermanos Limantour quisieron tomar posesión de 200 mil hectáreas de bosques empezaron las protestas que, al coincidir con la arbitrariedad de las autoridades, provocaron la rebelión.

Con toda su fuerza, la rebelión de Tomóchic nos seguía pareciendo un evento aislado, pero hace tres años, Emilio Kourí ( Un pueblo dividido: Comercio, propiedad y comunidad en Papantla, Veracruz) nos reveló otra rebelión que estalló también en 1891, como reacción de los pueblos contra los intentos del gobierno del estado por extinguir el condueñazgo, una forma de propiedad que les había permitido capear la aplicación de las leyes porfiristas que permitían el despojo agrario. No obstante el carácter legal de propiedad privada que tenía el condueñazgo, fue condenado por una ley de 1885 y destruido desde 1891.

Este proceso está directamente vinculado al auge comercial de la vainilla, que hizo mundialmente famoso el nombre de Papantla, y atrajo la ambición de poderosos inversionistas ligados a capitales estadunidenses. El asesinato de quienes se opusieron al despojo por la vía legal desató una revuelta que, en principio, pareció dirigirse contra funcionarios locales, pero que desembocó en una década de violencia intermitente, que no evitaría el despojo de las tierras de los pueblos en beneficio de los capitalistas asociados con el gobernador Juan de la Luz Enríquez y la familia política del presidente.

¿Dos rebeliones aisladas? Hace unos meses, la enorme historiadora Romana Falcón ( El jefe político) publicó un espléndido y exhaustivamente documentado análisis de la dominación política porfirista a nivel distrital y las persistentes revueltas y protestas contra el autoritarismo en el estado de México. Y en 1891, los distritos de Temascaltepec y Sultepec fueron teatro del estallido de una larga serie de motines armados contra las políticas agrarias, particularmente los deslindes de las tierras de los pueblos.

Las revueltas continuarían durante al menos cuatro años, siempre vinculados a los conflictos de tierras y a la acción de las compañías deslindadoras. El libro de Romana pone énfasis en las formas de dominación, pero también en la resistencia popular. Resalta la importancia que los pueblos dieron a los documentos antiguos que probaban sus derechos sobre tierras, bosques y otros bienes. Explica los mecanismos mediante los cuales numerosos indígenas perdieron sus tierras por la presión económica, en el contexto de la aplicación de las leyes liberales, en un proceso enormemente complicado que los indígenas interpretaron como una expoliación y un agravio.

En fin: hace unas semanas el historiador tamaulipeco Carlos Mora García me presentó el borrador de su tesis doctoral (El movimiento revolucionario de Catarino Garza, manuscrito inédito citado con permiso del autor), un exhaustivo análisis de la rebelión encabezada en la frontera de Tamaulipas por Catarino Garza. Sí, adivinó usted, lector: iniciada en 1891. Además de los aspectos políticos y del llamado a derribar a Díaz, los rebeldes denunciaron el despojo agrario y algunos de sus dirigentes buscaron conectarlo con las secuelas de la rebelión de Tomóchic y la rebelión coahuilense contra el gobernador José María Garza Galán. Uno de los dirigentes del movimiento catarinista, que insistió sistemáticamente en la prolongación de la revuelta, fue el periodista Paulino Martínez, quien pasó ocho meses en una prisión de Estados Unidos (1891-1892).

Veinte años después, esas regiones, esas formas de lucha y algunos de estos personajes estarían muy presentes en el estallido de la revolución de 1910. Y por cierto, Catarino Garza, ese interesantísimo personaje que hoy sólo parecen recordar los especialistas y algunos tamaulipecos, está a punto de ser rescatado y dado a conocer por Andrés Manuel López Obrador… ya leeremos su libro y lo estaremos comentando.

Twitter: @HistoriaPedro

Tomado con permiso del Dr. Pedro Salmerón de: http://www.jornada.unam.mx/2016/02/23/opinion/017a2pol#sthash.e0iYrjrE.dpuf

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