La lámpara que salvó a miles de mineros
El químico Humphry Davy ideó«lámpara de seguridad» para que los mineros pudieran trabajar sin riesgo de que la llama
provocara una explosión del temido gris
finales del siglo XVIII, cuando la Revolución Industrial había ya arrancado en Inglaterra, la minería de carbón era una industria masiva en la que trabajaban decenas de miles de personas. Los salarios y las condiciones de trabajo eran pésimos, pero aún más grave era el riesgo que corrían los mineros de morir por una explosión de grisú. Con una concentración de entre un 5 y un 15 por ciento de grisú en el aire, basta una chispa o una llama para que este gas se incendie y se produzca una explosión capaz de extenderse por túneles y pozos en cuestión de segundos.
En 1815, la Sociedad para la Prevención de Accidentes en las Minas de Sunderland, en el noreste de Inglaterra, encargó al químico Humphry Davy que buscase la forma de evitar nuevas catástrofes. Davy se dio cuenta enseguida de que el problema no era simplemente de ventilación, como algunos pretendían. El mayor peligro eran las velas o lámparas de aceite que utilizaban los mineros y que hacían explotar el grisú. Como la iluminación artificial era imprescindible para el trabajo en la mina, había que diseñar una «lámpara de seguridad» que pudiera utilizarse sin riesgo de provocar una catástrofe.
Davy, uno de los grandes pioneros de la química moderna en esos años, empezó por analizar las propiedades del grisú. Mediante numerosos experimentos que realizó en un laboratorio en Londres averiguó que el grisú era metano y que prendía sólo cuando se encontraba en una determinada concentración respecto al aire. También descubrió que las explosiones únicamente se producían cuando el gas alcanzaba una temperatura crítica muy elevada; por debajo de esas temperaturas el gas ardía, pero no explotaba.
Ensayos de laboratorio
Davy comprendió entonces que había que crear una especie de cápsula que mantuviera la temperatura de la lámpara por debajo del nivel crítico. Probó primero con contenedores de cristal, pero éstos estallaban. Finalmente lo consiguió con un tubo estrecho de metal, el cual enfriaba la llama de metano e impedía que ésta se incendiase.
Davy y sus colaboradores hicieron varios prototipos de lámparas de metal, pero no eran totalmente seguros. Lejos de desfallecer, a finales de 1815 Davy tuvo una idea genial: en vez de un tubo de metal colocó en torno a la llama una malla metálica. Cuando el metano la atravesaba, prendía y ardía, dando a la llama un típico tono azulado,pero los agujeros de la malla eran demasiado pequeños para que la llama se propagara al exterior. La lámpara de Davy servía además para advertir de la presencia de grisú porque la llama se volvía más intensa y de color azul; si se dejaba en el suelo y se apagaba, era señal de que la concentración de dióxido de carbono estaba volviéndose peligrosa.
El ingenioso aparato de Davy fue mejorado en décadas posteriores, con telas metálicas mucho más densas o incorporando un dispositivo de encendido interno que evitaba tener que abrirla para prender la llama.Sin embargo,no era perfecta.La malla reducía la luz en dos tercios y un golpe de aire o un excesivo calentamiento podían desencadenar el desastre. Las explosiones en las que nadie sobrevivía siguieron produciéndose, entre otras cosas porque la misma lámpara indujo a adentrarse en minas que anteriormente se consideraban demasiado peligrosas.El riesgo sólo empezó a controlarse a mediados del siglo XX, con la introducción de lámparas eléctricas, sistemas de ventilación eficientes y detectores de grisú más fiables que el tradicional canario en una jaula
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