Junio de 1940, invasión de Francia
Después de uno de los mayores éxodos en masa de la historia contemporánea, los parisienses que quedaron vieron un espectáculo convincente, de que nada de !o que se dijo del ejército alemán es fantasía.
Cada soldado alemán, cada pieza de material del ejército, es de la mejor calidad. El corresponsal recorrió en .bicicleta las columnas alemanas que eran dirigidas a través de la ciudad por soldados corpulentos, que llevaban discos de señales, blancos y rojos.
Desde las primeras horas de la mañana, cuando las tropas comenzaron a entrar, el pueblo los contempló silenciosamente y en actitud hostil, aunque las muchachas cambiaban saludos con los soldados. El corresponsal pudo ver a dos muchachas rubias sentadas junto con soldados sobre un pequeño cañón. Los soldados alemanes ordenaban a la población, en tono cortés pero firme, que circulara. Los gendarmes franceses, que ahora se hallan desarmados y no llevan ya máscaras contra los gases, recibieron instrucciones del gobernador militar francés, general Dentz, en el sentido de ser corteses y no demostrar antagonismo, y encuentran-, como es lógico, grandes dificultades para cumplir con esas órdenes. Esos gendarmes forman pequeños grupos en las esquinas, donde hablan entre ellos en voz baja, mientras dirigen el tránsito soldados en uniforme gris de campaña. El viernes, el general Dentz había publicado una proclama en la que exhortaba a la población a dominar cualquier pensamiento hostil y a no resistir a las tropas en circunstancia alguna. Ya por la tarde, cuando más de 30.000 soldados alemanes habían atravesado la ciudad, el pueblo arrojó la máscara de la animosidad y se veía con frecuencia a particulares que abandonaban su camino para ayudar a los alemanes a orientarse en la gran urbe.
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