1795 El lápiz, una pluma siempre a punto
El descubrimiento del grafito propició la elaboración de los primeros lápices, que tomaron su forma actual a finales de siglo XVIII
En 1564, una tormenta derribó un árbol en la parroquia de Borrowdale, al norte de Inglaterra. Entre sus raíces apareció una sustancia negra, extremadamente dura y tiznante. Los pastores del lugar se dieron cuenta de que ese material era ideal para marcar sus ovejas y comenzaron a usarlo, cortado en barras y envuelto en cuero o cuerda que desenrollaban según se iba gastando la roca.
El descubrimiento casual del lápiz por unos simples pastores es sin duda una fábula, pero contiene un núcleo de verdad. Se sabe, en efecto, que en algún momento en torno a 1560 se
halló en Borrowdale un yacimiento de grafito excepcionalmente rico. Al principio se creyó que se trataba de alguna clase de plomo y fue llamado plumbago o plomo negro. En latín se lo llamó lapis plumbarius, «piedra plúmbea», de donde procede precisamente el término castellano «lápiz». A finales del siglo XVIII se descubrió la verdadera naturaleza de este material y se acuñó el término «grafito», apartir del griego grafein, «escribir».
Los ingleses pronto se dieron cuenta de que las barritas de grafito constituían un útil ideal para el dibujo y la escritura, y aquel material se difundió rápidamente por toda Europa.
En 1565, el erudito alemán Konrad von Gesner se refería ya a «una especie de plomo que algunos llaman antimonio inglés» y que se usaba para escribir. El plomo negro se difundió rápidamente por toda Europa. Resistente, limpio y manejable, era el material perfecto para escribir sobre papel, porque además permitía correcciones (como «goma de borrar» se usaban migas de pan). A principios del siglo XVII se vendía regularmente en las calles de Londres y era cada vez más demandado en el continente.
Carpinteros y Químicos
Hay que distinguir, sin embargo, entre el lápiz como material (esto es, el grafito) y el lápiz como utensilio para escribir o dibujar. Ya en 1565, Gesner había descrito un instrumento compuesto por un mango de madera en cuyo extremo se insertaba una cuña de grafito, pero pronto se empezó a buscar alguna solución que integrara mejor el grafito y el soporte de madera. Los modelos más antiguos que conocemos, datados en el siglo XVII, consistían en una columna cuadrada de madera en la que se había tallado un surco o ranura en el que se encastraba una barra de grafito de sección rectangular. Progresivamente, y en parte para economizar el caro grafito inglés, éste se empleó en finas láminas que se cortaban hasta obtener lo que hoy llamamos minas. La técnica se desarrolló en diversas zonas de Europa por artesanos carpinteros que a mediados del siglo XVII habían creado una incipiente industria. Por ejemplo, en 1662 era ya conocido en Núremberg un «fabricante de lápices» llamado Friedrich Staedtler, antecesor de la marca que aún existe hoy en día.
Con todo, lo que permitió la explosión de la industria del lápiz fue el descubrimiento de una alternativa al grafito inglés. En 1795, tras algunos ensayos a mediados del siglo XVII, el químico francés Nicolas-Jacques Conté inventó un procedimiento revolucionario. Se mezclaban grafito en polvo, arcilla y agua, se vertía la pasta húmeda en finos moldes rectangulares y, una vez seca, se cocía en un horno a alta temperatura. El resultado era un material superior incluso al grafito de Borrowdale. Conté descubrió además que variando los porcentajes de arcilla o añadiendo cera se obtenían minas más o menos duras y se compensaba la porosidad de la mezcla. El método de Conté, perfeccionado por el austríaco Hardtmuth y el norteamericano Munroe, es el acta de nacimiento del lápiz tal como hoy seguimos usándolo.
JUAN JOSÉ SÁNCHEZ ARRESEIGOR
HISTORIADOR
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